La Ventana

Teoría de construcción y derribo de un proyecto

Bueno, este título, como cualquier idea tras la que hay una supuesta teoría, es posible que de ahora a un poco más adelante caiga a tierra. Cuando se me propuso participar en las Nits Salvatges rápidamente se abrió ante mi un extenso campo de experimentación, todo, absolutamente todo, menos aquello a lo que me dedico, la danza, era posible. Explico esto porque a partir de ese momento entré de lleno en el apabullante mundo de la creación multi-disciplinar. Y desde entonces comencé el ejercicio de construcción y derribo  de mis propios proyectos.

En lo primero que me quise convertir fué en video creadora. Se me ocurrió hacer un reportaje sobre un ser humano normal y corriente. El reto era salir a  la calle y escoger al azar la primera persona que se me cruzara por delante y proponerle la idea de ser el protagonista de un documental sobre su vida. ¿Porqué elegí primero esta idea? Antes estuve reflexionando, ya que no podía hacer nada relacionado con la danza, ¿qué era aquello que me interesaba más allá del estudio del movimiento?: la observación y aún más la observación de la gente. La idea me convencía bastante y empecé a pensar en cómo hacerlo. Ahí comenzaron las dudas. Mi única experiencia en cuestión de video había sido la  gravación de unos ensayos con una cámara no digital y lo que mejor recuerdo de aquello era cómo me temblaba el pulso, y que al ver después la gravación se percibía más la inmadurez del filmador que el contenido ensayado. En dos palabras: no interesa. Es decir, que si nunca he tocado una cámara y nunca he aprendido a hacerlo, ¿qué sentido tiene pretender hacer un reportaje?. Primer derribo.

Después del primer derribo vino la primera crisis, osea, las ganas de mandarlo todo al carajo. ¿Porqué experimentar con algo que nunca me había interesado?, ¿debía lanzarme a la búsqueda de un nuevo interés?. Demasiado pronto para tirar la toalla. Tenía que buscar más cerca de mí.

Encontré una posible conexión con otro tipo de disciplina artística. Supongo que cada uno tiene sus obsesiones, últimamente la mía en danza son las paradas: cuando el movimiento se congela en una expresión guardando toda su intensidad, dilatando la parada hasta que la misma expresión cambia de sentido. Toda esta disertación para llegar a la conclusión de que tenía que hacer fotografía, muchas veces buscamos antes la justificación que la necesidad. Quería hacer una foto de la plaza donde vivo vista desde casa, ampliarla bien grande y registrar sonidos, tanto generales (ruido, el tráfico), como particulares (el frenazo de un coche, conversaciones de la gente de a pie, un perro...) y que se escucharan cerca de la foto. Con el proposito de llevarla a cabo comencé a observar la plaza y sus habitantes. Me llamó poderosamente la atención un grupo de borrachos que siempre se sientan en un banco de la plaza, piden dinero a la gente que sale o entra a comer en el carísimo restaurante Can Pep.... piden dinero, piden dinero…aquí olvidándome de la idea de la foto de la plaza, abrí un nuevo apartado en mi búsqueda o ya a estas alturas, pérdida de tiempo: la relación con el dinero. Digamos que me proponen esto de las Nits  Salvatges, y que hay un dinero por proyecto... ¿Y si me gasto el dinero invitando a mis amigos los borrachos al Can Pep?. Tendría que dejar constancia de ello, alguien lo graba en video y ya está. Lo importante es la acción en sí. Consumir el dinero, darnos una comilona, y que ellos se codeen con los que suelen darles unas moneditas, podía ser divertido. Esta ilusión duró muy poco tiempo, uno tiene que tener cuidado con lo que propone porque está trabajando con ideología. ¿Estoy queriendo hacer una crítica social?. ¿Voy a utilizar a unos marginados y los voy a exponer como objeto artístico?. La broma de invitarlos a comer en el restaurante me parecía divertida, el problema residía en exponerlo en un museo. Este hubiera sido un buen momento para poner fin a la búsqueda, pero para aquel entonces mi cabeza ya empezaba a  ser bastante ecléctica y, como quien está en las últimas, empecé a vomitar ideas. Algunas solo duraban el tiempo de compartirse con algún  amigo y, en soledad, ¡zas! muerta.

Hasta entonces había intentado expresarme a través de algo cercano a mí sin ser yo, aunque nunca podía evitar ponerme en el punto de mira al pensar en la visión u opinión que los demás tendrían de mí al ver el resultado. Ya que me era prácticamente imposible deshacerme de mi ego de prematura artista, abrí la posibilidad de aparecer dentro de mi obra.

Continuando mis elucubraciones con respecto al dinero, me dí cuenta de que todos tenemos una relación muy pudorosa con él. Nadie da dinero, se dona, se presta o se intercambia. Ya desde pequeños aprendemos lo que es robar cuando le abrimos el monedero a nuestra madre a escondidas y le extraemos trescientas pesetas para los recreativos. Uno no enseña cuánto dinero tiene en su cartilla, a no ser que esté a menos cero . El dinero en nuestra educación forma parte de lo más secreto de nuestra intimidad. Recogiendo estos pensamientos decidí hacer una acción en la cual yo estaba sentada, desnuda, junto a mi una mesita con el susodicho dinero, en monedas de quinientas, y un cartel: COMPRAME ALGO. El riesgo residía en ofrecer, mejor dicho, en plantear ese pacto. Una vez cogieran la cantidad de dinero que ellos decidieran, podrían hacer con él lo que quisieran y, en el caso de que me comprasen cualquier cosa, se añadiría a la instalación. Esta fué una de las ideas finalistas (finalista, porque ya se acababa el plazo para presentar el proyecto definitivo). La otra propuesta nació en verano cuando, leyendo un periodico, en la sección EXIT ESTIU, vi una foto de José María Aznar junto a Ana Botella en su cita anual con la prensa al inicio de las vacaciones y trás un delirio kich-pop, ¡a estos si que me los imaginé expuestos en un museo oficial¡, y para añadir algo de mi parte, decidí que de la mano de Ana saldría una correa con un perro de verdad. Me divertí pensando en el perro comiendo y cagando al lado de los dos con su sonrisa congelada. Segunda opción finalista. Sé que una de las funciones del arte es social o de conciencia del mundo, pero tal y como anda este, provocar una risa fácil e irónica sobre el mismo, me parecía un acto inocuo. Trás esto me olvidé de la pareja y el perro.En cuanto a la acción COMPRAME ALGO era interesante, pero todavía no era clara.Le había dado vueltas en mi cabeza al cartel escrito junto a las monedas y me dabs cuenta de que llevaba a malos entendidos.Por otro lado, me pareció teatral  y precisamente en esta oportunidad quería escapar de la espectacularidad.

Si ahí hubiera terminado mi aventura creativa, creo que ya habría sido suficientemente productiva para mí.

La idea por la que finalmente me he decidido es proyectar en una pared el plano del cielo visto desde la ventana de mi comedor cuando estoy tumbada en el sofá. Una grabación con cámara digital, en trípode, de una duración de tres horas, presentada en una habitación del CCCB. La proyección, un sofá y el sonido registrado durante esas tres horas en la casa. He decidido llevar a cabo esta propuesta porque no es una idea mental sino experiencial, porque en ella dejo la libertad para que cada uno la viva como quiera. Todo lo que había hecho hasta el momento era coger realidad y transformarla para contar la mía propia, y finalmente he preferido retrasmitir la realidad dejándola tal cual. Me parece una visión más auténtica porque no está manipulada, he elegido el enfoque de la cámara pero nó las imágenes ni el sonido que contendrá la grabación.

Me doy cuenta de que el derribo es inherente a la construcción y también de que entre ellos existe una relación proporcional. También me doy cuenta de que debe haber un arte mucho más orgánico y no tan racional. Tampoco ha estado tan mal sentirse como pez fuera del agua.

Idea y realización: Sofía Asencio
Colaboración: Alberto Tognazzi
Agradecimientos: Joan Saura, Ivó Vinuesa