El Confesionario

Entra. Enciérrate. Ponte cómodo. Empuña el auricular.

Se me pide una reflexión que refleje el proceso creativo que me ha llevado ha inventar esta habitación privada, desde la que confesar a un desconocido lo inconfesable. Y por tanto debería, yo también, confesar lo inconfesable.

Todo surgió de una simple intuición. Un fogonazo visual. Un teléfono descolgado en medio de un museo con línea abierta permanente. Luego llegó la mala conciencia, tenía que llenar esta intuición de uno o varios conceptos que la sustentasen, pero la mala conciencia sirve quizás también, para acotar y fijar las primeras intuiciones. Quise vestir la instalación de muchas cosas, adornar la idea, sofisticarla, hacerla parecer más de lo que es en realidad, para al final intentar reducirla a lo más simple. Una habitación, una mesa, un teléfono descolgado, una lámpara de pie, una luz cálida, un sofá cómodo, algunas bebidas a disposición del confeso, y fijar mi actitud al otro lado del teléfono, amabilidad, escucha, paciencia y calidez.

En realidad, de este confesionario no se muy bien lo que va a surgir. Me atrae lo incontrolable del resultado. Quizás solo conversaciones ligeras y divertidas con gente anónima, quizás conversaciones oscuras y perversas, o simples momentos sensuales. Me gusta el hecho de reducir los sentidos, todo estará en lo auditivo. Me atrae el hecho de crear un contexto brusco e inmediato de relación con el otro, por ambos lados, una incomodidad que puede transformarse fácilmente en el mejor catalizador para llegar a la más sorprendente confesión.

Se dice que es al desconocido a quien uno le confiesa lo mas íntimo de su ser o de su pensamiento.

Me gusta que la obra la cree el visitante. Aquel que entre en el confesionario y se encierre por dentro, creo que sentirá una agradable sensación de intimidad, multiplicada por el hecho de encerrarse en medio de un museo, un lugar público, de encuentro. Una sensación cercana, quizás, a la de estar haciendo una pequeña gamberrada, algo prohibido. Al mismo tiempo se enfrentará a un reto simple; podrá escoger entre rehusar la propuesta (no coger el teléfono) o toda una gama de niveles de respuesta que llegaría hasta el extremo de aprovechar al máximo la situación y realizar una verdadera  e íntima confesión a través del auricular.

En todo caso, haga lo que haga, todo ello quedará en el más estricto secreto, y por tanto se convertirá en una verdadera experiencia personal e intransferible.
Releo lo escrito hasta el momento y me doy cuenta de que la palabra que más se repite en el texto es quizás. Y, quizás, sea esta la verdadera esencia del confesionario, un lugar por hacer, una obra que solo se construye cuando se produce realmente, una propuesta abierta, frágil, que no tiene un valor apriorístico, y tampoco a posteriori, pues solo adquirirá verdadero sentido en el preciso instante en que un visitante entre en el confesionario, cierre el pestillo, se sirva o no una copa y empuñe el auricular del teléfono:
Hola?
Hola, que tal?..........

Idea y realización: Tomàs Aragay